Yo sabia que a los hombres no hay que rogarles, sabia que no debía llorar delante de el, le temen a un llanto y a la voz que implora, se asustan y salen espantados ante el dolor que pueda contagiarlo.
Lo sabia y sin embargo no pude contenerme, no pude dejar de tenderle los brazos y sacudir mi angustia y mostrarle la herida y desnudar mi grito con esa falta de pudor del que todo lo pierde, del que queda vacío.
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